Se ha venido especulando mucho estos últimos tiempos con la eficacia de Remdesivir para tratar el COVID-19. También se ha utilizado a este fármaco como piedra de toque desde ciertos ámbitos para analizar el comportamiento ético de la compañía investigadora y por extensión, de la industria farmacéutica en general.

Un tema de gran interés, vigencia y controversia sobre el que desde Pine C&I consideramos interesante reflexionar.

Lo primero es señalar que Remdesivir es un fármaco “antiguo”: se desarrolló en 2009 como posible tratamiento contra la hepatitis C. No funcionó; y la compañía acabó encontrando un tratamiento mucho más eficaz contra esta enfermedad, que si llegó a comercializarse con gran éxito terapéutico y mucha polémica.

En 2015 el ejército norteamericano probó la actividad de Remdesivir contra el ébola en monos, y en aquel momento se decidió llevar adelante un desarrollo clínico para tratar ese virus. Remdesivir ha demostrado una eficacia limitada contra el ébola, inferior a otros agentes. Como tal, seguía en el “cajón”.

Remdesivir había, sin embargo, demostrado actividad ‘in vitro’ (o sea, en el laboratorio) contra una serie de virus, incluidos los “corona”. Eso llevó a que se desarrollara un programa de Fase III (programas con gran número de pacientes) directamente para probar su eficacia en Covid-19.

Los ensayos no son concluyentes
Hay un estudio clínico publicado en el Lancet, una revista británica, por un equipo chino, que concluye que el producto no es eficaz. Se ha criticado este estudio por falta de potencia estadística y por su terminación prematura.

Mas adelante, en mayo, se publicó un segundo artículo en el New England Journal of Medicine (la revista médica más prestigiosa de los EEUU y a nivel global) con un estudio de fase III en el que se concluye que Remdesivir redujo el tiempo de recuperación para pacientes ingresados. También redujo la mortalidad (un 7.2 frente a un 11.9% en el grupo de placebo), pero debido a que el estudio se cerró antes de tiempo por los beneficios observados -una práctica habitual en un caso de tratamientos potencialmente salvavidas como este-, no fue posible detectar diferencias estadísticamente significativas en mortalidad.

Hay que hacer notar, sin embargo, que los resultados obtenidos suponen una reducción de mortalidad de un 39.5% sobre placebo: es decir, 4 de cada diez personas que morirían con placebo se curan; pero es necesario realizar un estudio más extenso para probar y consolidar esas cifras y ser capaz de afirmar el beneficio.

Los resultados también parecen indicar que en pacientes ya con ventilación mecánica en UVI, el uso del fármaco no es tan eficaz como en fases anteriores (lo que resulta lógico; el producto ataca al virus, pero no puede hacer nada cuando el deterioro interno de los pulmones se ha convertido en el problema principal)

Tanto la FDA (la agencia sanitaria norteamericana) como la EMEA (la europea) lo han aprobado por la via de urgencia basados en los resultados de este estudio
En estos momentos, aparte de una miríada de otros medicamentos que se siguen estudiando, Remdesivir forma parte de todos los protocolos de tratamiento.

Y aquí llega la polémica. El pasado lunes 29 de junio, el departamento de salud norteamericano (el equivalente a nuestro ministerio de Sanidad) anunció la adquisición de la casi totalidad del stock de los próximos tres meses para su distribución y uso en hospitales norteamericanos.

Se ha calificado esta decisión como una medida electoralista
Lo es: en palabras de Alex Azar, “ministro” de Sanidad de los EEUU y antiguo ejecutivo farmacéutico “President Trump has struck an amazing deal to ensure Americans have access to the first authorised therapeutic for Covid-19”.  El presidente norteamericano, cuya popularidad había decaído enormemente en los últimos tiempos debido a la gestión de la enfermedad, necesitaba un golpe de efecto: ya lo tiene.

Pero no es menos cierto que en estos momentos los EEUU son el único gran país desarrollado en el que la epidemia sigue sin controlar. Hoy en día tienen 50,000 contagios diarios, cuando en un país como España rondamos los 100. Necesitan utilizar el fármaco y en cantidades masivas para evitar el colapso de su sistema sanitario.

Y no nos debe de ser ajena la cuasi obligación, tanto moral como de mera supervivencia como compañía, de Gilead, de intentar suministrar preferentemente a su mercado natural y plegarse a las exigencias de su gobierno, algo que no le cuesta nada en términos de cortar el suministro a otros mercados porque en Europa, Australia, Canadá y Japón -los mercados que lo pueden pagar- apenas queda epidemia y por tanto demanda de uso de su producto.  La carga de intención, en cualquier caso, hay que colocarla en el Presidente norteamericano, no en la compañía.

Un último apunte, en torno al precio
Gilead ha fijado un precio de 3200 dólares USA por curso de tratamiento en el mercado norteamericano, y de algo más de 2300 Euros en Europa. Parece un precio abusivo: sin embargo, hay que indicar que el coste de desarrollar un nuevo producto farmacéutico (cuando se computan todos los gastos de aquellos que no han llegado al mercado) es de unos 2,600 millones de dólares según PHRMA (la asociación que agrupa a la industria farmacéutica americana). Para Gilead, solo recuperar lo invertido y empezar a tener beneficios implicara tratar a más de un millón de pacientes. Y eso antes de que llegue la vacuna. Difícil lo tienen.

Irene del Pino

Pine C&I